Si hace unos años alguien me hubiera dicho que me levantaría a las 7 de la mañana para irme a correr casi 15 kilómetros por la montaña en pleno invierno, arrastrando conmigo a mi mujer y a mi hija de un año, me hubiera reído en la cara de esta persona. Sin embargo, el pasado domingo 13 de enero lo hice con una sonrisa de oreja a oreja. Con el ajetreo navideño se me había pasado el plazo de inscripción para la Sant Mateu X-Trail, pero gracias a los compañeros Raúl y Bianca, el mismo sábado nos regalaron sus dorsales y ya teníamos planazo para el domingo. Mi mujer haría la marcha de 8 km porteando a la peque y yo la de 15.
Esta carrera suponía mi debut en una carrera de montaña con el club, ya que hasta ahora sólo había participado en las pruebas internas. Era la primera vez que me enfrentaba a un desnivel de casi 900 metros, y además venía arrastrando unas molestias que no me habían dejado entrenar todo lo que hubiera querido, por lo que la intención era ir tranquilo y salir a disfrutar de la montaña.
Llegamos con el tiempo justo para saludar a los compañeros y hacernos la foto de rigor. Somos casi 20 vigías en representación del club. Nos colocamos al final del grupo, bromeando del frío que teníamos en el cuerpo, y arranca la prueba.
El recorrido no se anda con miramientos y a lo pocos metros comenzamos a subir. Me encuentro con un buen tapón de gente que dificulta poder pasar a muchos corredores. Los primeros 4 km son de subida y me sorprende el gran desnivel de la misma, por lo que me veo obligado a caminar. Cuando puedo recuperar un poco el aliento, el esfuerzo se ve recompensado por unas vistas impresionantes del mar y Barcelona iluminados por el sol.
Llega el primer avituallamiento, en el cual decido no pararme, y comienza el primer descenso. Bajando es donde reluce mi inexperiencia como corredor de montaña, ya que voy con mucha precaución, y veo como muchos corredores que pasé subiendo, ahora son ellos los que me adelantan con facilidad. El descenso es muy rápido y antes del kilómetro 6 ya estamos subiendo de nuevo. Toda esta parte de la carrera transcurre en el lado opuesto de la montaña, por lo que nos olvidamos del mar y el sol, y nos encontramos zonas muy frías y húmedas. Llega el segundo avituallamiento, en el que aprovecho para comer un poco de naranja y beber agua. Poco después aparece un tercer avituallamiento, con el que no contaba, y decido coger un poco de plátano, ya que noto mucha fatiga en las piernas, y aún queda mucha carrera. Saliendo del mismo, tropiezo con la única piedra del camino y caigo sobre mi hombro derecho. En mi mente pienso que soy un torpe y doy las gracias a Murphy por el regalo. Cojo otro trozo de plátano, veo que tengo algún rasguño por el hombro y rodilla, y continuo la marcha. Durante todo el camino toda la gente de la organización y los lugareños se muestran muy amables y animosos, cosa que es de agradecer. Después de otro tramo de bajada y alguno más fácil de pista, llega la última subida. Esta ya no sigue un sendero, directamente es subir (o casi escalar) la montaña. En ocasiones me ayudo de algún tronco para impulsarme, ya que mis músculos han llegado a su límite por hoy. Llegamos a una pista, y me digo: “aquí es donde acelero” para descubrir que las piernas sólo me permiten trotar, pero no desisto y paso a algún corredor que va aún más muerto que yo. Llega el último avituallamiento, en el cual no me paro, ya que me dicen que sólo quedan 3 km de bajada. Una vez más siento en mi nuca el aliento de corredores impacientes y les cedo el paso, viendo que me es imposible bajar como ellos. El final de la carrera transcurre por la zona antigua del pueblo, donde sí puedo acelerar y me empuja el sonido de la batucada que anuncia que la meta está muy cerca. La cruzo satisfecho conmigo mismo por haber dado todo lo que tenía dentro.
En meta me encuentro con los compañeros que ya han finalizado, y felicito a Bonilla por su impresionante séptima plaza de la general y primero en su categoría. Poco a poco van llegado el resto de compañeros. En general la gente está contenta con la carrera, aunque también se comenta que hubo momentos de tapón, ya que había partes en las que coincidían por el mismo sendero participantes tanto de la marcha como de las carreras de 15 y 25 km.
A modo de conclusión, me voy muy contento de acabar mi primera carrera de montaña formando parte del Running Vigía. Las sensaciones son muy diferentes a las de correr en asfalto: se respira un ambiente más relajado, no vas todo el tiempo pendiente del reloj….y disfrutas de unas vistas que la ciudad no te puede ofrecer. Hay que continuar entrenando para bajar con más confianza y seguridad en futuras carreras. Por último, agradecer a todos los compañeros su simpatía y amabilidad. ¡Nos vemos en la próxima!
Antonio González Sánchez